AXIS MUNDI –por  Dominique Susani

 

El “punto de partida” es el origen sin forma: origen de figuras, de personas, de todos los seres. Para los hindúes, es el Bindu, el círculo de vacío y el germen de la manifestación. De esta forma, la manifestación es concebida como la expansión de un punto en las cuatro direcciones, y es por tanto, la intersección de los brazos de la cruz, el centro del mundo, el mítico Omphalos.

Un gran número de tradiciones identifican el centro del mundo como el ombligo (omphalos en Grecia) desde el cual la “manifestación” irradia en las cuatro direcciones. En el Rig Veda, mencionamos el ombligo de lo inimaginado, en el que descansa la semilla del mundo. El ombligo no sólo indica el centro de la manifestación física, sino que también es el centro espiritual del mundo, como el “ladder” (bethyle en hebreo) con la forma de una columna, erigida por Jacob, o el omphalos de Delfi, el centro del culto a Apolo, el dios del sol, u otra vez como ciertos menhires como Er Grah, o la roca del fracaso, que eran los omphalos celtas.

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Una leyenda de los “Mexica”, el antiguo nombre del pueblo azteca, nos cuenta que los ancestros, guiados por una deidad chamán, Huitzilopochtli, buscaron durante años el lugar para fundar la ciudad de México. Este lugar, de acuerdo con la profecía, sería indicado por un águila posada sobre un cactus que estaba comiendo una serpiente mientras la sujetaba entre sus garras.

A primera vista, esta profecía parece difícil de entender, pero si la observamos más detenidamente, advertiremos que el águila es el ave solar “por excelencia”, y que representa las fuerzas del cielo; la serpiente representa, en todas las tradiciones, las energías de la tierra. Por tanto la profecía azteca nos está hablando de un lugar en el que las energías del cielo y las energías de la tierra se encuentran. Este lugar de encuentro es otro “Axis Mundi”, un lugar privilegiado donde el espíritu respira, simbolizado por el Quetzalcoatl azteca o el Kukulcan en la tradición maya.

El omphalos es por esto, el lugar en el que el cosmos materializa el orden del mundo, una especie de “interface” entre lo material y lo espiritual. Pero si en el terreno intelectual somos capaces de llegar a la idea de lo que es el Centro, también sentimos la necesidad de su materialización: nos damos cuenta de que necesitamos una forma física para el centro que hemos imaginado.
Estamos hablando del eje del mundo, de una piedra sagrada o del omphalos; pero cuando consideramos la gran diversidad de materiales así como de métodos empleados para señalar los lugares sagrados, nos damos cuenta, por lo menos intuitivamente, que esto tiene poca importancia – aunque uno por esta razón tampoco debería infravalorar su calidad. No obtenemos la misma calidad vibratoria con un trozo de granito que la que obtendríamos con una antigua pieza de gres o de roca arenisca.

Muchas civilizaciones antiguas tuvieron lugares sagrados de la naturaleza. A menudo consistían en montañas, manantiales, piedras o incluso árboles. Lo más famosos fueron probablemente, las fuentes sagradas, lugares de purificación, lugares de sanación, fuentes de juventud. Los antepasados consideraban el agua como un elemento esencial para la vida, lo cual se explica por sí mismo, pero también como una de las formas más importantes para transportar información: algo que comprendemos fácilmente puesto que el hombre es agua en un 70%.

Volviendo ahora a nuestro chamán azteca; él tuvo la visión del águila y de la serpiente. En las distintas tradiciones antiguas, la serpiente representa las fuerzas oscuras y terroríficas de la tierra. Cuando estas fuerzas afectan a una persona, la inundan, dominan su voluntad y la arrojan al Caos. Así se hacía necesario domesticar estas fuerzas y aprovecharlas para ganar el acceso a la espiritualidad.

Estas fuerzas subterráneas, “chtoniennes” en francés, son las grandes corrientes telúricas que rodean nuestro planeta. Nuestros antepasados celtas las llamaron “vouivre” y las representaban mediante una serpiente o un dragón. Estas corrientes, que podríamos llamarlas corrientes electromagnéticas, atravesaban áreas que ofrecían la menor resistencia a la circulación de energías, como las venas de agua subterráneas y las fallas del terreno; a veces las venas y fallas eran activas.

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Así era como se obtenía el poder energético del lugar, y fue el dowser, el chamán, o el druída que encontró el punto, del mismo modo que el chamán azteca encontró el lugar germen de la nación azteca. Pero este punto, lleno de la energía de la madre, de acuerdo con la tradición, debía ser fertilizado por el cielo, el cosmos. (Es interesante que la palabra cosmos, además de significar “cielo”, también alude al orden y a la organización en el universo). ¿Pero por qué? ¿de dónde viene esta idea? Para averiguarlo debemos realizar un “detour”.

Nuestro planeta, como sabemos, es un cuerpo celeste del sistema solar, y el sistema solar es parte de la Vía Láctea. La Tierra entonces, forma parte de un complejo sistema y está en relación directa con los objetos de este sistema. Y ya conocemos la enorme influencia que ejerce el sol en toda la vida sobre la tierra, incluyendo a la vida humana, y sabemos bien que sin él, nada sería posible. También sabemos que la luna es la responsable de las mareas y de otros diversos (y más íntimos) fenómenos. Y, por supuesto, esto también es extensible a planetas como Mercurio, Venus, Marte, etc… Todo esto era conocido por nuestros ancestros, con una visión diferente por supuesto, porque todos los pueblos tuvieron una insaciable curiosidad por las estrellas del cielo y reconocieron el poder organizativo del cosmos.

También sabemos que los sistemas de representación del mundo en todas las civilizaciones antiguas convergían en un esquema típico e inmutable, que lo encontramos en todas partes, ya sea en la descripción de los míticos lugares sagrados, en la construcción de santuarios, altares o templos, en la delineación de un territorio, en una sociedad, o también en los rituales que acompañan las diferentes fases de la vida “tradicional”.

Consiste siempre en la representación de un espacio sagrado, centrado, organizado, estructurado en oposición a la escasamente conocida, infinita, monstruosa y caótica zona del espacio profano.

Este lugar sagrado representa al universo tal y como los ancestros lo concebían. En diferentes mitologías es llamado Tierra Sagrada, Tierra de Pureza, o Tierra de Inmortalidad.

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El centro de este lugar, si está localizado mítica o físicamente dibujado en el suelo, está señalado mediante un punto rodeado de un espacio vacío. En el lenguaje de los mitos, se habla de una isla emergiendo en el océano (por ejemplo la montaña primordial egipcia).

A través de este centro cruza un eje vertical, la repetición del Eje del Mundo. Estas diversas representaciones serán a veces un tótem, a veces una montaña, un árbol o una roca. Este eje posibilita una ligazón entre los diversos estados del universo.
Alrededor de este pilar circular central, encontramos en el plano horizontal, una división del espacio en varios círculos concéntricos representando la evolución de la manifestación. Estos círculos se ordenan alrededor del centro. R Guenon nos cuenta acerca de esto en “Los Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, Pág. 85:

“A veces el punto está rodeado por diversos círculos concéntricos que parecen representar los diferentes estadios o grados de manifestación física de la existencia, jerárquicamente ordenados en función de su separación del centro primordial”.

A esta división circular, se superpone una división del espacio en cuatro partes, relacionadas con los cuatro puntos cardinales (o solsticiales), o a veces también dividido en 12 partes, correspondientes al sistema del zodiaco. Esta división del espacio en relación con las direcciones fue muy importante para los ancestros y fue la base de la estructura interna de sus sociedades.

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Para las gentes que se dedicaban a la agricultura, era esencial tanto el conocimiento astrológico como el entendimiento de los fenómenos de la naturaleza. Este conocimiento era el resultado de la observación atenta y de la íntima relación que tenían con la naturaleza. Este es el por qué estos fenómenos fueron tomados como símbolos de su cosmología.

Un pasaje del PopolVuh, el libro sagrado de los Maya-Quiches (quich-ays) arroja un poco más de luz sobre la fertilización de la tierra por el sol: “La energía genética del cosmos se manifiesta en el acto esencial del renacimiento de la vida vegetal, que se produce cada año, en la estación de las lluvias que fertilizan la tierra cubriéndola de un manto verde. Este evento está determinado astrológicamente por el primer paso del sol por el cenit y está comparado con la luna de miel de la tierra y el cielo… así para que este acto de creación pueda ser realizado… es necesario… que el sol esté en el centro exacto del cielo, perpendicular al centro de la tierra, la única posición donde puede hacerla fértil”.

El santuario, tanto si es circular o como si es cuadrado, está siempre situado en el centro del mundo y es concebido como tal. Así es como procedíamos en la antigua India:

“En el punto elegido para construir un templo, un pilar será erigido y un círculo será trazado alrededor de él formando un gnomon, la sombra del pilar proyectada sobre el círculo indicará, en sus posiciones opuestas de mañana y noche, dos puntos conectados por el eje este-oeste. Posteriormente, alrededor de estos mismos puntos trazaremos, utilizando un compás formado por una cuerda, círculos, que se intersectan formando la figura de un pez, el cual señalará el eje norte-sur”.

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Este conocimiento astronómico estaba, obviamente, centrado en el sol, como se observa en los dos ejemplos precedentes. El sol era el punto de referencia que regía todas las actividades humanas. Era la fuente de luz, de calor, y de vida, y su representación energética y simbólica era una de las preocupaciones más importantes de los constructores-sacerdotes neolíticos. Los rayos que provienen del sol manifiestan cosas, no sólo haciéndolas perceptibles, sino también como representación de la extensión del punto principal, de la medida y envergadura del espacio.
Ahora nos permitimos imaginar una hipótesis: “la buena salud del hombre, en todos sus niveles; físico, psíquico y espiritual, depende de la armonía que él o ella haya establecido con su entorno.” Y todos sabemos inmediatamente, todos tenemos la íntima convicción que vivir en armonía con el entorno de cada uno, es la mejor solución. Me gustaría resaltar aquí que vivir en armonía con el entorno de cada uno, no significa ser una persona que acepta su destino pasivamente, sino que está atento a que los frutos de la creación humana no lleguen a ser un factor perturbador de la armonía existente entre el hombre y su entorno.

La primera tarea de la persona que desea vivir en armonía con lo que le rodea es el entender las mínimas reglas que permitirán su supervivencia. Así, los pueblos que se transformaron en sedentarios lo hicieron porque comprendieron ciertas ventajas que esta situación ofrecía con relación a la supervivencia y a la longevidad humana. El precio que tuvieron que pagar es el que se deriva del conocimiento de los ritmos del planeta y del universo perceptible.

Era obvio para nuestros antepasados que los ritmos de nuestro planeta estaban en estrecha relación con los cuerpos astrales y, como hemos visto antes con los mayas y los hindúes, incluía ponerse cada uno en armonía con el sol.

Nuestros antepasados disponían de algunos métodos de medida del sol en la tierra: sus sentidos, su capacidad de construir, y dos herramientas: el palo y la cuerda. El palo en cuestión fue denominado “vara” (cane) por los Kanu Chaldeans. En Europa, esta vara que podía haberse llamado “oie” fue el emblema de todos los constructores-sacerdotes, desde los druídas a los obispos, y de acuerdo con el lugar, tenía una medida diferente; La cuerda fue llamada “cuerda de los 12 nudos” aunque actualmente tenga 13 (la superstición lo requería), que determina 12 intervalos que permiten trazar círculos y el famoso triángulo 3, 4, 5.

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Ahora nos permitimos intentar identificarnos con nuestro antiguo constructor. Nos permitimos suponer que llega con su tribu a un lugar que le agrada. Se instala allí durante algún tiempo y entonces sucede que el lugar revela ser lo suficientemente interesante como para crear construcciones más duraderas. Como los adivinos romanos, quizás observara las entrañas de algunos animales y determinara que estaban sanas – una señal de que el lugar es propicio para la vida. De esta forma creó una explanada, un lugar liso, un plano, en el centro del cual colocaría su vara y día tras día observaría el curso del sol y marcaría las longitudes de las sombras arrojadas por la vara. Pasado cierto tiempo, reconocería varios fenómenos: en intervalos de 6 meses el recorrido trazado por la sombra de la vara seguirá una ruta idéntica, con la salida y la puesta del sol hacia el este y hacia el oeste. Son los equinoccios de primavera y de otoño. También en intervalos de 6 meses, pero a tres meses de los equinoccios, se dio cuenta de que se producía la sombra más corta y la más larga del año – que se corresponden con los solsticios de invierno y de verano.

Este es también el ritmo de las estaciones y uno de los cálculos esenciales para la supervivencia de la comunidad porque implica la maestría de la organización de la vida asociada a la agricultura.

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Si se concentrara en estos cuatro días del año, nuestro constructor vería que los puntos de salida y de puesta del sol en el solsticio de verano, están un poco hacia el norte respecto del eje este-oeste, y que los puntos de salida y puesta de sol en el solsticio de invierno están hacia el sur respecto del eje esta-oeste. Una vez que realice este dibujo, se dará cuenta de que el sol está inscrito, está manifestado en la forma de un rectángulo que podemos llamar el cuadrilátero solsticial.

Nos permitimos imaginar que las longitudes de los lados del cuadrilátero solsticial están en armonía con una determinada frecuencia de la corteza terrestre. Entonces deberíamos tener en este espacio, si nos decidimos a crearlo, una armonía especial. Para manifestarla, podríamos realizar un experimento muy sencillo: es suficiente con situar a cuatro personas, cada una de ellas en una esquina del cuadrilátero, y sentir lo que se produce dentro del mismo. Si tomo el ejemplo de las 4 personas es para facilitar el experimento, pero también se puede hacer lo mismo con cuatro piedras grandes, (40 ó 50 kilos cada una), o cuatro troncos de árbol. Después de que las personas o las piedras estén colocadas, la vibración del plasma, lo que es lo mismo a decir el aire, cambia.

Un tipo de muro de aire (en realidad de energía) se manifiesta, manteniendo unidas las cuatro esquinas. Ahí podemos sentir el aire más denso y una sensación diferente de calor. Esta conexión de las esquinas crea un ambiente distinto en el interior del cuadrilátero. Es un tipo de equilibrio dinámico, en el cuál el centro, el omphalos, es una columna de energía, una forma de quintaesencia del lugar. Si son personas las que crean las esquinas, sentirán también, vórtices de energía que tienen relación con los cuatro elementos de las ciencias tradicionales: tierra, agua, aire y fuego. Este método tiene como resultado el aumento de la frecuencia del lugar, y no es extraño que los participantes del experimento perciban una cierta sensación de euforia, que llega a ser incluso más intensa si algunas personas comienzan a andar alrededor del cuadrilátero. Esto quizás te recuerde a ciertos rituales deambulatorios que todavía se practican en determinadas religiones.

Me olvido de la cosa más importante, ¡la unidad de medida! Es verdad que no vas a esperar un año para obtener los resultados de las observaciones solares, incluso aunque sería una bonita experiencia. Vivimos en una era en la que los ritmos están un poco acelerados, y existe una fórmula sencilla para hallar la unidad de medida que llamamos Módulo Solar: el lado mayor del cuadrilátero. Para ello, hay que saber la latitud del lugar en el cual queremos trabajar, que puede ser fácilmente obtenida mediante un mapa detallado o una unidad de gps. Entonces será suficiente con calcular el coseno de la latitud y multiplicarlo por 10 para obtener nuestro lado mayor. En símbolos matemáticos:
M = 10*cos(latitud).

Por ejemplo, M = 10*cos(40º) = 10*0,766. Así, en este ejemplo, la longitud del Módulo Solar de 40º de latitud es 7,66 metros.

Para hallar el lado menor del cuadrilátero, es un poco más complicado porque hay que conocer el azimut solar del lugar, así como la inclinación de la elíptica; pero para la región de Boulder (40º de latitud) podemos darnos por satisfechos por ahora, con un coeficiente entre el que podemos dividir nuestro módulo solar de 7,66 m, y que es 1,64. El resultado de esta operación es 4,67 metros de longitud para el lado menor del cuadrilátero.